The road goes ever on

En este instante, en este mismo momento en que escribo estas líneas, observo con cariño unas gastadas zapatillas que tengo en una repisa de mi cuarto…   Siento en el aire un aroma a pasado, y me reconforta, me gusta, me indica quien fui, que hice y por consiguiente quien soy. Durante muchísimo tiempo lleve esas zapatillas, días de sol y de lluvia. Me acompañaron a todas partes, se han ensuciado con el humo de los coches en la ciudad y embadurnado con la escurridiza e insacudible arena de la playa.

Fueron mis zapatillas preferidas durante mucho tiempo, al principio como con casi todos los zapatos, no te fías mucho, ¿se terminaran desgajando por el mismo sitio que todas? Quizás las motitas de la parte delantera no me convencían recién compradas, supuse que era un pequeño defectillo de fábrica. Andaba raro con ellas, aun así tenían algo, y me las puse. Camine día tras día con ellas hasta que las motitas eran imperceptibles y comparadas con la comodidad que me ofrecían se convirtieron en algo olvidado…

Sin embargo un día ocurrió algo que estaba dentro de lo probable, pero que sin embargo nunca me había pasado por la cabeza, una rozadura… increíble… Una maldita rozadura, y no pude volver a ponérmelas. Es cierto que me hicieron daño y durante un tiempo las relegue a un cajón oscuro y bastante apartado… y durante el tiempo que me duró la rozadura me acorde de toda la familia de los fabricantes, de los distribuidores y hasta del pobre vendedor de zapatos…

Pasó el tiempo y la rozadura se fue, no os voy a mentir y a deciros que no las recuerdo.   A veces,  hasta casi hace un amago de dolerme, pero la realidad era  que volvía a tener los pies sanos, volvía a caminar, descalzo por el momento ya vería si eran zuecos, chanclas, babuchas… ya tendría tiempo.

Fue algo más tarde haciendo limpieza cuando de ese cajón oscuro resurgieron las zapatillas. Y en honor a la verdad casi las tiré, pero en ese momento pensé que si las tiraba, si intentaba olvidar todos esos días de ciudad y de playa, todas esas caídas todos esos paseos, esos atajos, habría perdido muchísimo tiempo.  A pesar de que me parecian algo horteras y hasta se me habían quedado pequeñas, no podía negar la parte de mí que llevaban. Habrá quien piense que es una guarreria, que eso solo trae polvo, habrá quien las hubiese tirado, y en ocasiones yo creo que también es una buena opción o a veces la única. Sin embargo y en este caso, como en algún caso más no era necesario… decidí recordar quién fui, qué hice, quién durante un tiempo me acompañó y cómo llegue hasta el día de hoy, para recordarme que el camino sigue y sigue, que no somos frutos del hoy, si no del polvo del camino en nuestros pies.

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